La Ley de Afinidad
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Que cuando iba a escribir de nuevo?
No sabes cuanto crecí y como te extrañe!
Una mente dividida no confía, exactamente como con la que he vivido estos meses. No se confía con la mente partida así sólo se traiciona al corazón. Para mi la confianza radica exactamente en la firme, real y auténtica creencia en algo o en alguien sólo por buena fe y está siempre fielmente acompañada de la intuición ya que no habrá pruebas materiales o por lo menos tal vez no al momento para avalarlo, esa es la confianza.
Una vez que sales de la confianza es difícil retomar las riendas, normalmente está condicionada a nuestras experiencias del pasado, las asociamos a ello. Como volver a confiar nuevamente cuando las cosas no han salido como las esperas y menos puedes esperar a que alguien confíe en ti y cuando ni tú mismo crees, cuando no tienes confianza.
Alguien me dijo que este es un año de fe, otra persona más me dijo que es una prueba de paciencia, yo dije… cuál de todas. Sin lugar a dudas para muchos han sido las últimas semanas, meses e incluso años, pruebas a nuestra paciencia, confianza y fe. A veces tomamos algunas decisiones que nos parecen las únicas en el momento, cuando las aguas se calman y llega la claridad renace la fe y la esperanza. Hoy me siento como aquel libro de Paulo Coelho, El Alquimista. Lo tuve enfrente pero no podía ver, hoy después de tanto ir y venir me doy cuenta que siempre estuvo cerca de mi, a mi lado y simplemente no lo pude ver.
Mis pensamientos hoy en día están dirigidos a la confianza, las cosas suceden de la forma en la que suceden lo entienda o no por que así debe ser, no hay más. Al final lo agradeces y te das cuenta que fue la mejor forma sino fuera así probablemente no hubiera llegado al punto donde me encuentro hoy, hay que confiar en ello, hoy lo veo claramente y siempre hay chance de redireccionar, cambiar el sentido y la brújula, haciendo un alto total pero confiando aunque eso no garantice que tenga otra oportunidad, el regalo que he recibido ha hecho que valga la pena.
Dejar que las cosas se acomoden es confiar y a veces nos cuesta tanto trabajo soltar el control de cómo es que queremos exactamente todo, como queremos que suceda y olvidamos por completo que estamos aquí para este crecimiento interno. Que son los deseos del espíritu y no de la materia lo que hace que nuestra vida tome cierta dirección, olvidamos la razón por la que estamos aquí, hay que confiar que nuestro espíritu siempre nos va a llevar al camino de la evolución, lo entendamos o no. Si nos ponemos rejegos nos va a costar más trabajo entenderlo, si nos ponemos duros nos va a doler, pero al momento en que soltamos todo empieza a suceder, claro llegar a ese punto es lo complicado para nuestra mente que está acostumbrada a poner orden y a aparentemente dirigir nuestra vida, al menos eso cree ella.
En momentos de incertidumbre, de crisis más que financiera, interna, es difícil callar nuestra mente y confiar, confiar en lo que no es tangible, en lo que no se ve. Elige confiar y confía en que si necesitas verlo en algún momento así será.
Hoy sé que tenía que irse para poder ver.
Me confieso y declaro culpable, responsable de lo que me toca. Asumo, revelo, acepto y siento no haber sido capaz de estar al 100% para rescatar esta relación de tantos años, confieso haberlo hecho sólo con la mitad de aquel amor que existió algún día, sin amarlo totalmente. Confieso haberle dado un voto de confianza a esa alianza, por los años, en nombre del amor, de la confianza, de la complicidad, por todo lo vivido, por que se lo debía, por que me lo debía, por que nos lo merecíamos.
Confieso haberme mostrado fría y haber traicionando mi corazón muchas veces evitando acercamientos que pudieran comprometerme a hacer el amor con él por miedo, me confieso temerosa de tener esos encuentros que son desesperantemente ansiados y elementales en una pareja que se ama. Confieso haber tomado el riesgo de vivirlo a sabiendas de que era una relación desgastada y con un asunto pendiente básico arrastrando. Confieso haberme ilusionado también con la idea de que en verdad pudiera funcionar, de que esta fuera la buena, confieso haber querido vivir con él siempre desde que me enamoré de él, confieso haberlo visto como padre de mis hijos y verme con él por el resto de mi vida, confieso que no quería quedarme con las ganas de vivirlo, confieso que roge que el amor volviera a renacer por que él fue mi mejor amigo, mi mejor compañía, mi cómplice, mi todo y aparentemente me aceptaba tal y como era.
Confieso haber disfrutado de hacer el desayuno y tener su ropa siempre limpia, la casa en orden a pesar del zoológico que nos rodeaba, confieso haber caído en el estereotipo de la señora de la casa, en el típico sueño de la casita y haberlo disfrutado.
Confieso el asombro que me causó la ausencia en aquella primera noche, la decepción de la segunda en la que ni siquiera merecí darme por enterada y aún más confieso, el dolor que me causó cada noche que no llegó por que aunque no debía esperarlo ya, lo esperaba. Confieso haber sentido una puñalada en el corazón, confieso haber vivido con un nudo en la garganta por ver la distancia que había entre ambos a pesar de estar juntos, confieso haberme quedado callada muchas veces por temor a quedarme sola, por sentirme vulnerable y frágil, confieso la profunda tristeza que sentí al ver en donde estábamos parados después de tantos años.
Confieso no poder tolerar el olor a alcohol tantas noches a la semana, no poder dormir tranquila con tanto ruido en un cuarto perfumado de whisky y constante indiferencia.
Confieso haberme sentido sola en este proyecto de vivir juntos, siento mucho el nulo interés por involucrarse en hacer un hogar para ambos pensando que dar dinero para hacerlo era suficiente.
Confieso haber querido huir incluso antes que llegara, confieso haber estado cerca de dejarlo todo y haber estado adolorida por la experiencia pasada. Confieso haber sentido miedo de intentarlo una vez más por temor a que no funcionara me declaro culpable y responsable de haber corrido el riesgo. Confieso que nuestra relación ya era tan lejana a la pasión y más cercana a la hermandad así tan familiar, que confieso que mi amor se transformó de amante a hermana, pero reconozco y confieso que no fue culpa mía que esto sucediera.
Confieso no haber tenido la fuerza necesaria para continuar intentándolo. Confieso haber sido presa del cansancio y el desgaste emocional del último año, confieso haberlo dado todo durante trece años y seguir preguntándome sí hice suficiente, confieso mi desgane de los últimos intentos pero confieso que seguía creyendo, por que creo en el amor. Confieso que mi esperanza parece inagotable.
Confieso no querer vivir más faltas de respeto, confieso que lo desconocí esos días y no haber tenido valor ni ganas para quedarme a ver como destruíamos juntos la unión que por trece años tuvo momentos maravillosos, confieso querer quedarme con el buen sabor de boca de esas hermosas vivencias y buenos momentos, de las risas, de las muestras de cariño que afortunadamente son los más. Me confieso cobarde por rehusarme a ver como esta pasividad en donde nunca pasa nada se convertía en una bomba de tiempo cargada de violencia silenciosa, me declaro culpable de no permitir rebajar y denigrar todo lo grande e importante que es él para mi, confieso mi dolor al ver como poco a poco una persona tan querida va destruyéndose y maltratando su cuerpo, desgastando su vida, ahogando, vaciando sus frustraciones en alcohol en lugar de enfrentar sus miedos. Confieso que mis palabras ya no surtían efecto pero las suyas en mi sí, confieso que me sacudió cuando de su propia boca escuche que cualquiera estaría satisfecha con lo que él me daba aunque confieso que antes de escucharlo, yo había renunciado a algo más, me había conformado creyendo que esas muestras de respeto y cariño eran las únicas que yo merecía, que no me quedaba de otra por que una y mil veces regresé por más.
Confieso que me dolió hasta el alma escucharlo decir que no quiere volver a verme que no quiere saber nada de mi, acepto que aún me pesa pero que lo comprendo, confieso que yo sabía que sería así pero que suponerlo es muy distinto a vivirlo.
Me confieso eternamente agradecida por su devoción, amor, libertad, paciencia, lealtad, apoyo y cuidado cada que quiso mostrarlo.
Confieso sentir un vacío que día con día va llenándose de fe y confianza.
Soy culpable de haber creído en el amor una vez más, lo confieso, pero no me arrepiento.